lunes, 25 de abril de 2011

Taller de Crónicas y Entrevistas

Pocas Palabras



Desde mi terraza, Bajo el sol del mediodía, el mar arde, acribillado por gaviotas que, desde lo alto, se dejan caer como bólidos, con las alas plegadas, en pos de manjares submarinos. Es un día esplendoroso, insólito a mediados de mayo, época en que Lima suele ya estar cubierta por ese velo blanco que hizo llamarla a Melville "ciudad fantasmal". Al otro extremo de la bahía, diviso con nitidez las dos -San Lorenzo y el Frontón- y el espolón de La Punta hendiendo las aguas del Pacífico.

Languidecen en confinamiento total en unos calabozos subterráneos, En una base naval cerca de aquellas ínsulas blancuzcas Abimael Guzmán y Víctor Polay, los máximos dirigentes de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), respectivamente, cuyos crímenes y la inseguridad e indignación que provocaron entre los peruanos contribuyeron de modo decisivo al desmoronamiento de la democracia y a proveer de justificaciones al régimen que desde el 5 de abril de 1992 gobierna el Perú.

En estos siete días que he pasado aquí, ni una sola persona me los menciona; la violencia que está en todas las bocas es la meramente criminal, la que asalta casas, arranca relojes y pulseras a los automovilistas y perpetra los secuestros al paso -todo el mundo tiene alguna anécdota al respecto-, no la política. La captura de la Embajada japonesa por el MRTA hizo creer en el extranjero que el terrorismo renacía. Era, más bien, su canto de cisne. Acéfalos y duramente golpeados por la represión, Sendero Luminoso y el MRTA, aunque den esporádicas señales de vida (el sangriento atentado de Vitarte el 15 de mayo, por ejemplo), han dejado de gravitar como factor esencial de la vida peruana. En este dominio, y, sobre todo, luego del exitoso rescate de los rehenes de la Embajada japonesa, el régimen puede lucir una carta de triunfo.

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