El Club del Paréntesis
Un club Muy Singular
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El Club del Paréntesis |
Acá les cuelgo esta historia para que le den una mirada, porsiacaso no es mi historia, es una escrita por el conocido Renato Cisneros en su Blog “Busco Novia”, con la cual me siento bastante identificado, es mas diría que soy un integrante de este Club y creo que recíen acabo de darme cuenta.
Antes de abrir este blog salí durante un tiempo con una chica encantadora. Nos llevábamos muy bien, conversábamos por horas, salíamos a comer, a bailar, a ver películas. Nos divertíamos. Nos gustábamos. Mucho. Algunos meses después ella me insinuó que ya no le provocaba prolongar la relación tal cual estaba planteada, porque nuestro vínculo --a pesar de que se nutría de detalles muy bacanes y de un feeling indudable-- sobrevivía en medio de una inobjetable informalidad: sin blindajes, sin perspectivas, sin seguridad. No me lo dijo, pero me dio a entender que se había cansado de no estar pisando un terreno más firme, sino puras arenas movedizas.Haciendo gala de una antológica conchudez que intenté disfrazar de postura open mind, le argumenté que la nuestra era una relación adulta y madura que no necesitaba de esas sonsas etiquetas convencionales para prosperar. Le dije que la libertad sin restricciones que tan bien veníamos administrando era el verdadero numen del amor moderno; y le aseguré que si formalizábamos la espontaneidad que nos hacía llamarnos y buscarnos cuando nos nacía y provocaba, terminaríamos por neutralizar el poderoso imán que nos atraía.
Ella, incólume, no se vio persuadida por ninguna de mis airadas defensas y, sin ceder un milímetro en sus posiciones, me puso contra la pared con un ultimátum: "o somos enamorados o no somos nada".
Tan drástica encrucijada me obligó a tomar una decisión definitiva. Me resultó muy difícil hacerlo, pero al final elegí no involucrarme en una relación tan explícita como ella quería. La chica se apenó y me pidió que dejara de llamarla. Yo también me apené y traté de cumplir su pedido, aunque algunas noches recaía y la telefoneaba, pero ella -fiel a sus ideas- me choteaba estupendamente.
Sabía que en el fondo su reclamo era de lo más razonable: las ambiguedades, si se eternizan, dejan de ser divertidas para ser tóxicas. Pero por algún motivo sentía que no podía dar ese paso hacia la formalidad. Algo me paralizaba. Algo muy fuerte, muy intestino.
Mi dilema posterior estuvo íntimamente ligado a la siguiente pregunta: ¿Si me llevaba tan bien con esta chica, y si me gustaba y si todo fluía y si nunca nos pelábamos, por qué no me aventuré a ser su novio? ¿Por qué no corrí ese riesgo? Traté de esclarecer el caos mental con algunos consejos femeninos (ya conocen el prejuicio: qué mejor que una mujer para entender la psicología femenina), pero no sirvió de mucho. "No te gusta lo suficiente", me dijeron, una y otra vez, algunas compañeras de chamba y de la vida a las que les hice consultas, en vivo, por teléfono, por chat. Estudié esa conclusión, pero la rebatí. No era cierto: esa chica me gustaba un montón. Era otro el problema.
Durante los meses siguientes, la escritura de este blog, los comentarios de los lectores y las infinitas y siempre edificantes conversaciones con distintos amigos me han llevado a contemplar una posibilidad que antes descartaba de modo empecinado y que tal vez, solo tal vez, encierre la solución del acertijo que me rondaba la cabeza. No estoy totalmente seguro de lo que voy a decir, pero existe una posibilidad de que me haya convertido en un dilecto miembro más del famoso Club del Paréntesis.
El Club del Paréntesis es una comunidad imaginaria, una logia integrada por aquellos hombres y mujeres a los que les gusta vivir en un permanente estado de tránsito. Sus miembros no son partidarios de las instancias definitivas, mucho menos de los compromisos. A cambio, adoran la independencia y la autonomía. Son individualistas, egoístas, celosos de sus manías y costumbres. No son necesariamente solitarios, pero se resisten a confiscar su tiempo y regular su vida y su espacio en función de otra persona.
No desprecian el matrimonio, lo valoran, pero no como el escalafón mayor de esa dudosa pirámide que las sociedades conservadoras suelen consagrar, sino como un acto eventual, voluntario que, por lo general, cobra sentido luego de la convivencia. A pesar de que no lo descartan, ellos son mucho más proclives a la soltería, pues saben que con ella son dominadores absolutos de sus acciones y únicas víctimas de sus consecuencias.
Son miembros de este Club mi querido primo Alfredo, casado, divorciado y dispuesto a no volver a casarse nunca más. También está en el club mi amigo Fernando, que se casó, se separó, se volvió a casar y ahora quiere separarse otra vez, pero se muere de miedo de decírselo a su esposa. Están ahí, obviamente, mis amigos playeros Rogelio, Rafo e Ilario, treintañeros que no piensan claudicar en el ampuloso ejercicio de su libertad para iniciar una relación sentimental, y que, si claudicaran, tardarían años en despojarse de sus tics de solteros descarriados.
También son parte del club Robotv y Armando, sabios cultores de la disciplina del ascetismo y que guardan por los compromisos amorosos la misma estima que le guarda un niño a un perro callejero: puede llegar a quererlo, pero se divierte más agarrándolo a patadas.
Ojo, no se trata de misóginos acomplejados, ni de solterones con delirios adolescentes, ni de borrachines renegados, ni de poseros, ni de contestatarios con mala suerte, ni de inmaduros confundidos que -como suelen criticar las mujeres despechadas- "no saben lo que quieren". No, señor, todito lo contrario. Esta gente sabe perfectamente lo que quiere y tiene muy claro lo que estaría dispuesta a sacrificar y lo que no. Ellos no le hacen ascos a la idea de emparejarse, siempre y cuando eso no distorsione, ni muy mínimamente, su estilo de vida. Pero si el pacto amoroso exige demasiadas concesiones, la solución es simple: no hay pacto.
Los miembros del Club del Paréntesis se divierten observando a los demás y satirizando los lugares comunes en que caen. Por ejemplo, se burlan constantemente de ese moraloso consejito femenino que dice "tú piensas así porque nunca te has enamorado de verdad, pero ya te llegará". Se ríen de esa tesis ("ya te llegará") porque, para ellos, ni hay justicia en el amor ni se puede hablar de él tan alegremente como si se hablara de la pubertad, que tarde o temprano, efectivamente, llega. Cuando tienes 11 o 12 años, un día te levantas de la cama, descubres que te ha salido un pelo rizado en una zona árida del cuerpo y te asombras y te alegras, porque esa es la constatación biológica de que ya no eres un chibolito de mierda. Pero el amor no funciona así: el amor es complejo, a veces autodestructivo, y no necesariamente llega. Y mal haría uno en pasarse la vida abrigando la esperanza inútil de que tarde o temprano el amor tocará tu puerta, como si fuera un empadronador del Censo o un vendedor de Biblias. El amor es solo una posibilidad y eso en el Club del Paréntesis es un principio que se sigue a rajatabla.
Creo que es difícil animarse a ser parte de este Club. Lo más sencillo y 'correcto' es rendirse ante el típico esquema de 'realización personal' que la sociedad aún incita entre sus miembros, y cuyos pasos obligados son ingresar a la universidad, casarte, conseguir un trabajo decente, ser un padre de familia responsable,
Para serles franco, dentro de mis ilusiones más oníricas sí figuran el matrimonio, la paternidad de un hijo (que se llame Benjamín) y la posibilidad de que mi vida sea una pequeña postal de la felicidad. Pero hay días --como el día en que elegí no comprometerme con esta chica encantadora de la que ya no sé nada-- en que pienso que mi forma de ser no está formateada para seguir ese bonito libreto.
reproducirte, poner un negocio y ser fiel a tu única esposa hasta que la muerte venga y -pum- los separe.
Puedes hacer eso si en realidad íntimamente lo deseas. Lo trágico es no reconocer tu esencia y optar por ese camino sencillo y asfaltado cuando, en realidad, te hubiera fascinado ir por otra ruta, menos tradicional, pero más tuya. Cuando eso pasa, cuando acabas siendo arrastrado por lo acostumbrado, solo queda como salida la doble vida, la mentira, el engaño y el cinismo perpetuos: eso que Los Auténticos han parodiado extraordinariamente en el vídeo de Los Piratas.
Para serles franco, dentro de mis ilusiones más oníricas sí figuran el matrimonio, la paternidad de un hijo (que se llame Benjamín) y la posibilidad de que mi vida sea una pequeña postal de la felicidad. Pero hay días --como el día en que elegí no comprometerme con esta chica encantadora de la que ya no sé nada-- en que pienso que mi forma de ser no está formateada para seguir ese bonito libreto.
No soy un Príncipe Azul capaz de asegurarle el futuro a nadie, ni creo que la vida sea un bucólico cuento de los Hermanos Grimm. No soy el Popeye forzudo que cualquier fulana podría desear para sentirse protegida. Por mi torpeza y mi falta de reflejos, soy más bien como un antihéroe, o como el Súper Héroe Americano de la serie de televisión (ver vídeo), ese Supermán corriente, sensible y bruto que no sabía manejar sus poderes, que hacía lo incorrecto y que paraba en conflicto consigo mismo. Ahora que se aproxima Halloween, si tuviera que elegir un disfraz, me disfrazaría de él.
Me pregunto si los lectores de este blog están contentos con sus vidas amorosas. Si se relajan o se atormentan. Si sienten que son seres paltosos, dudosos, individualistas, potenciales miembros del Club del Paréntesis, lugar al que por ahora -por si no había quedado claro- me resisto a ingresar.
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