jueves, 18 de noviembre de 2010

Actualidad


Ante la Epidemia de Redes Sociales Mario Vargas Llosa no se Infecta
Nuestro Nobel no se Conecta
Aquí un Pequeño Recorrido por la Historia de Varguitas

Máquina de Escribir


Su escritorio, sus fichas, su colección de lapiceros, y su máquina eléctrica a quien llamaba “la mula”, su casa del nublado Barranco, recién comprendí lo que era la soledad del escritor. Aquel solitario y frío invierno de 1983, cuando visité con el fotógrafo Severo Huaicochea a Mario Vargas Llosa, Aquella fue la llave para que nuestro Nobel se distendiera y me muestre los secretos de su carpintería literaria. Escritura de un alucinado deicida, solitario y final. Vargas Llosa escuchó que le contaba de un encargo que le enviaba su entrañable amigo Félix Arias Schereiber (1). Soledad de solemnidad frente a la página en blanco. Cita para dos, el hombre y su máquina. Mejor, reunión de un dúo de a uno. Máquina a la espera de unos dedos. Dedos titilantes en ese afán de escribirlo todo.

Ante una duda, corrían a la biblioteca y ubicaban el libro y con el lapicero en la boca y mientras con una mano sostenían la página exacta, con la otra escribían o “tecleaban” la cita correcta. En su libro sobre Onetti (2), MVLl rememora una conversación con el escritor uruguayo. Dice que Onetti sintió estupor cuando le confesó que escribía con horario, cada día, bajo una estricta disciplina, como “un oficinista”. Onetti, al contrario era caótico en su escritura, antojadizo, anotaba desordenado notas sueltas y escribía cuando le venía la reverenda gana. Si Vargas Llosa mantiene una relación marital con la literatura, Onetti, era el perfecto adúltero. No obstante algo hacía cómplices a estos notables escritores. El ceremonial libresco.

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